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05/01/2023

La muerte es un color

< Morir guay

La muerte es un color

Preludio

No se trata de que este mundo siga siendo comentado, criticado, denunciado. Vivimos rodeados de una niebla de comentarios y de comentarios sobre comentarios, de críticas y de críticas de críticas, de revelaciones que no desencadenan nada, salvo revelaciones sobre las re-velaciones. Esta niebla nos despoja de todo asidero en el mundo. 
Ahora. El Comité Invisible.

Me escribe mi amiga Alex “Clari, pensaba esta mañana en la peli “Relámpago sobre el agua”; la has visto? Pensando en vuestro proyecto sobre Morir Guay, que ahora me parece más relevante que nunca… ¡Besicos!”

Trato de entender qué significa relevante, busco su significado, no es que no lo sepa, es que mi cerebro estos días parece gelatina y necesita apoyos sólidos. Relevante es que sobresale por su importancia o significación. ¿Puede algo ser demasiado relevante? ¿Puede que de tan relevante ya no lo sea? Si todo el mundo está escribiendo y pensando sobre lo mismo ¿Cómo aportar algo significativo?

Acumulo titulares sobre las residencias de ancianos que se han convertido en el foco más cruel de la pandemia. Las denuncias de los familiares se multiplican mientras salen a la luz protocolos de actuación de los hospitales que impedían derivar a los ancianos y así se les dejaba morir, en muchos casos, sin ni siquiera tener acceso a cuidados paliativos.

Achille Mbembe es el primero en explorar el término necropolítica que nos ayuda a nombrar y por lo tanto a denunciar la idea de que para el poder unas vidas tienen valor y otras no. Todas las vidas, para el neoliberalismo, son objeto de cálculo de los poderosos. La necropolítica está también en el centro de las políticas migratorias de la unión europea. Los cuerpos ahogados en el Atlántico y el Mediterráneo, igual que los cuerpos de los ancianos, valen menos. Clara Valverde en su libro De la necropolítica neoliberal a la empatía radical argumenta que la política neoliberal consiste en una necropolítica cuyo objetivo es acabar con los excluidos, es decir, todas aquellas personas que no son rentables ni empleables: pobres, discapacitados, dependientes, jóvenes o ancianos sin recursos, personas migrantes sin papeles, enfermos crónicos, enfermos mentales, etc. En definitiva, todas las personas que no son productivas no tienen derecho a vivir bajo el neoliberalismo y por lo tanto se les deja morir negándoles el acceso al estado del bienestar.

¿Por dónde empiezo? Tengo muchas preguntas. Hablo con mis padres y con mi abuela, hablo con mis amigas. Hago una lista de personas a las que quiero entrevistar, hablo con ellas. A veces en estas conversaciones aparecen ideas que son como bengalas disparadas a la oscuridad y que iluminan justamente aquello que trataba de comprender. Otras, me confundo aún más. Leo libros de ensayo, leo poemas sobre la muerte. Veo documentales. Cuanto más profundizo en el tema más líneas de fuga se abren, más preguntas. Me asusta que de tanto acercarme a la muerte, de un modo irónico esté invitando a la tragedia a mi vida ¿es por este motivo que nos cuesta tanto hablar de la muerte?

Le pregunto a mi padre si le gustaría vivir para siempre, me responde que no. Que eso no sería justo. Que hay que dejar sitio para los que vienen, que morir forma parte del ciclo natural de la vida, que los gusanos necesitan cadáveres. 

Thanatomicrobioma

The fact that we are connected through space and time shows that life is a unitary phenomenon, no matter how we express that fact. We are not one living organism, but we constitute a single ecosystem with many differentiated parts. I don’t see this as a contradiction, because parts and wholes are nestled in each other.
Lynn Margulis entrevistada por Jonathan White.
Talking on the Water: Conversations about Nature and Creativity

Una vez una cita de Tinder me invitó a una Masía en la Vall Fosca. Mi Tinder tenía un trato con el dueño de la casa, podía vivir allí mientras escribía su tesis doctoral a cambio de cuidar de los animales. Tinder me vino a buscar en coche a la estación de tren. Mientras subíamos la pista de tierra serpenteante y pedregosa que llevaba a la casa me quedé sin cobertura en el móvil y caí en la cuenta de que no conocía al tipo de nada. Tardamos más de una hora en llegar, oscureció. Sentada en el asiento del copiloto mi cabeza se empezó a llenar de pensamientos terribles. Entré en pánico. Paralizada, con la boca seca, en silencio. Pensé que iba morir después de ser torturada y violada. La historia terminó bien, Andi lejos de ser un Tinder psicópata era una persona lindísima y nos hicimos amigos. Pero esta no es la historia que te quería contar. De lo que te quiero hablar es de la burra.

Los animales que Andi tenía que cuidar eran tres perros, seis gatos, unas cuantas gallinas y cabras,  una manada de caballos y una pareja de burros. Todos los animales andaban sueltos por la propiedad que tenía muchísimas hectáreas, un bosque y  hasta un riachuelo. Uno de los burros llevaba tres días sin aparecer. Andi estaba convencido de que se había escondido porque estaba embarazada y tenía que parir. Las últimas veces que la vio estaba muy gorda y se comportaba de forma arisca. Cada día dábamos largos paseos en busca de la burra. El tercer día planeamos una última expedición para ir al lugar más escondido del bosque. Atravesamos campos y zarzas y llegamos al riachuelo, tomamos la orilla y continuamos río arriba.

El olor nos avisó de lo que nos íbamos a encontrar, una peste tremenda a carne podrida.

Después el sonido, un zumbido rabioso.

Por último la visión, el cadáver de la burra tumbado en el suelo con una de sus pezuñas traseras metida en su propia vagina desgarrada y el bebé burrito a medio salir rodeado de excrementos.

El hedor era ácido, espeso, un tufo nauseabundo, me cubrí la nariz y la boca con la camiseta. Tenía que acercarme y ver aquello, necesitaba entender algo, no sabía el qué. Si uno imagina la muerte como un océano de quietud y silencio aquello era todo lo contrario. Un hervidero de movimientos sinuosos, gusanos devorando carne, moscas depositando larvas, vapores calientes y burbujeos, millones de pequeños alquimistas trabajando y zumbando.

Aquellos dos cadáveres eran un latido de vida.

Thanatomicrobioma es el estudio de los microbios que colonizan los órganos y orificios internos después de la muerte humana. Esta ciencia nos enseña cómo surge la vida después de la muerte en un proceso de sucesión ecológica. Pero el problema principal de este tipo de investigaciones es la falta de cadáveres humanos sobre los que poder llevar a cabo los estudios, motivo por el cual muchos de los trabajos previos se han desarrollado en otro tipo de organismos modelo, básicamente ratones y cerdos.

La ley dice que existe la obligación de enterrar o incinerar a nuestros difuntos en el plazo de 48 horas tras el fallecimiento. El enterramiento además ha de hacerse siguiendo los rigurosos protocolos establecidos por la Ley que prohíbe, por ejemplo, enterrar a un ser querido en el jardín de tu casa. Es obligatorio llamar a una funeraria, en el caso de no poder pagarla los Ayuntamientos tienen una partida presupuestaria para atender los servicios funerarios de beneficencia. Para que se cumpla la ley existe algo llamado la Policía Sanitaria Mortuoria, un organismo heredado del régimen franquista, que se encarga de que se cumplan las normas establecidas en el Reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria recogido en el decreto Decreto 2263/1974, de 20 de julio.

RestGreen es una empresa que patentó los primeros ataúdes reciclados, las ventajas: son ecológicos, biodegradables, más fáciles de incinerar  y también los más baratos: sólo cuestan 100 euros. Por este motivo el lobby funerario con la complicidad de la Comunidad de Madrid y la Policía Sanitaria Mortuoria boicoteó esta iniciativa. Después de diez años de luchas contra la administración y el oligopolio funerario, la empresa al fin ha conseguido colocar en el mercado sus primeros ataúdes de cartón reciclado.

El entierro celestial es una práctica funeraria del Tíbet donde se coloca el cadáver en la cima de una montaña exponiéndolo a los elementos naturales, lluvia, viento, nieve y animales, especialmente aves carroñeras, la práctica es conocida como “jhator”, que significa “dar almas a las aves”. 

Imagino mi cadáver descomponiéndose en la cima de una montaña, mis bacterias intestinales digiriendo los intestinos y luego los tejidos circundantes, de adentro hacia afuera. Y luego todos los invertebrados y los buitres comiéndome bajo la lluvia hasta desaparecer. Una de esas imágenes en time lapse. Es bonito pero improbable. Si no puedo tener un entierro celestial prefiero que mi cadáver sea enterrado antes que incinerado. Pero no quiero que mi cuerpo se descomponga en un cementerio. Eso me sitúa en un brete: la única manera de evitar el cementerio es la cremación. Así que no sé… donación de órganos y luego que decidan los que se quedan. 

Azul Berilo

Sometimes as an antidote
To fear of death,
I eat the stars.
Those nights, lying on my back,
I suck them from the quenching dark
Til they are all, all inside me,
Pepper hot and sharp.
Antidotes to fear of Death. Rebecca Elson

Escuchas un podcast en el que conversan en inglés dos mujeres, una de ellas es una monja budista y dice: la muerte nos ayuda a comprender que todo es temporal. Comprender que todo es temporal nos permite apreciar la vida. 

Aprender a morir es aprender a vivir.

La otra mujer responde: efectivamente, necesitamos amigarnos con la muerte, sin embargo nos da miedo, preferimos evitar el tema porque no sabemos cómo abordarlo. 

La monja dice: hay 5 verdades que debemos recordar a menudo. Muy a menudo, para ir bien, varias veces al día. Estas 5 verdades nos ayudan a tener una vida plena y compasiva. Y son: 

  1. Un día morirás.
  2. Un día enfermarás.
  3. Todo lo que amas ahora algún día se transformará en otra cosa.
  4. Algún día serás separado de todo lo que ahora amas.
  5. Tus únicas pertenencias son tus actos y no puedes escapar a sus consecuencias. 

Respira. Tómate un tiempo para procesarlo. Deja que la palabra haga su labor alquímica.

Tienes pocas certezas en la vida pero sabes que un día morirás.

Un día morirás. Algo que sabes, pero que no entiendes. 

Un día moriremos. Y nuestros cuerpos y nuestros átomos y nuestras hijas y nuestras no-hijas y la montaña y el río. También. Morirán. Y escuchamos Nina Simone. Y nos alivia observar el cielo estrellado, imaginarnos diminutos, insignificantes, casi, casi, inexistentes

Pero todavía existimos.

¿Conoces los funerales en vida? el objetivo es enfrentarte a tu propia mortalidad para tener una experiencia transformadora. En Estados Unidos la empresa Steady Waves End Of Life Services ofrece un servicio en el que los participantes viven su propio sepelio, se les dice que escriban sus últimas palabras y luego se les conduce a través de una visualización de la muerte. En Japón los llaman Seizenso, que significa “funeral mientras estás vivo” y en Corea del Sur hay incluso empresas que pagan a sus empleados funerales fingidos para prevenir los suicidios. Se les encierra en un ataúd, en la oscuridad, para que reflexionen sobre el significado de la vida y aprendan a valorarla. Es irónico que la misma empresa que te exprime y te deprime hasta el punto de querer terminar con tu vida, sea la que te paga un curso para que te metas en un ataúd y cambies de idea. Pienso que si no valoras la vida de poco sirve que te metan en una caja de madera. Pienso que si no valoras la vida quizás no es tu culpa, quizás es porque han hecho que tu vida no tenga valor. Porque para el capitalismo no todas las vidas tienen el mismo valor.

Le pregunto a mi abuela, 94 años, qué piensa de la muerte. Me dice que es igual que cuando apagas la radio. Durante un tiempo indefinido cuando te mueres es es así, pero luego hay un arcoiris, y lo atraviesas. Y luego hay un solo color, es el azul berilo, el azul mágico de los icebergs. La muerte es un color, me dice mi abuela.

En la crónica del duelo Año del pensamiento mágico Joan Didion, describe un sueño en el que se le revela la imagen de la muerte “Una isla helada, con sus abruptas columnas vistas desde el aire, era todo hielo, translúcida, de color blanco azulado, resplandeciendo bajo el sol”. 

Cierro los ojos y los lleno de azul berilo. Estoy muerta, he dejado de respirar, mis órganos no funcionan, mi sangre no fluye, en mi cerebro no hay actividad neuronal. En mi cuerpo sigue habiendo vida: millones de microorganismos que habitan en él, bacterias que metabolizan gases ¿Dónde está mi consciencia?

El Arte de Morir

“Guess what? The art of dying is the same as the art of living” Barbara Hammer The Art of Dying or (Palliative Art Making in an Age of Anxiety)

Mi abuela tiene claro lo que quiere que hagamos con sus cenizas: dejar parte en los campos de arroz del Delta junto a mi abuelo, y la otra parte en los pinos de su casa, junto a Elena, su hija.

Cuando murió mi abuelo no quise ver su cadáver en el tanatorio, tuve miedo que esta última imagen del cuerpo sin vida suplantara todos los recuerdos de él vivo y sonriente. Ahora pienso que fue un error. Mi abuelo aparece a menudo en mis sueños, siempre se da una situación incómoda porque cuando entra por la puerta primero nos alegramos mucho de verle, pero luego nos damos cuenta que él es el único que no sabe que está muerto y a ver quién se atreve a decírselo. 

En su libro La derrota social de la muerte Fernando Gil Villa explica que hasta no hace mucho la muerte se organizaba en el área doméstica, fuera del alcance de los profesionales de la medicina. Desde muy jóvenes todos estaban familiarizados con la muerte y participaban de la convivencia con enfermos, mayores y moribundos. Cuando alguien moría, no dudaban en iniciar ritos y fiestas funerarias, en manipular privadamente al cadáver, y en celebrar la muerte viendo los aspectos positivos, entre los que destacaba la creencia en otra vida. Dado que la vida de la mayoría de los mortales era bastante sacrificada, la vida después de la muerte no podía dejar de verse con cierto alivio, como descanso, como un estadio de profunda paz. De ahí que los ritos se centraran en ayudar al fallecido a encontrar el camino hacia ese nuevo mundo, a facilitar esa transición.

Nuestra cultura ha suprimido los ritos de de paso que simbolizan la muerte y la transformación. Las instituciones intermediarias de la muerte nos expropian los muertos y nos devuelven un acta documental, la muerte es una burocracia y los espacios para velar el cadáver son tan asépticos como cualquier otro edificio diseñado para la burocracia. A diferencia de otras culturas, en Occidente nos hemos despojado de la intimidad con los cuerpos muertos, y de la magia y el misterio que de ellos se desprende.

La muerte es un trámite, de la muerte sólo se habla cuando es inevitable ¿o quizás ya no? En octubre de 2018 Barbara Hammer desafía todos los tabúes alrededor de la muerte en la conferencia performativa  “The Art of Dying or (Palliative Art Making in an Age of Anxiety). Hammer se está muriendo, -morirá un año más tarde- lleva 12 años conviviendo con su enfermedad, es una defensora de la muerte digna y la eutansia y nos anima a abrir el melón de la muerte, dice: “En el mundo del arte, todos nosotros -artistas, curadores, administradores, amantes del arte por igual- estamos evitando uno de los temas más potentes que podemos abordar.”

Tengo la impresión de que la muerte está dejando de ser un tabú, especialmente en el ámbito anglosajón, para convertirse en una moda. Asociaciones, cursos de formación, eventos, charlas, están proliferando como escenarios de normalización de la muerte. El Death Cafe, impulsado en 2011 en Londres es una red de encuentros periódicos, guiados por un mediador, en los que se invita a la gente a charlar con desconocidos para intercambiar ideas y sensaciones sobre la muerte. Desde entonces hay más de 7.000 Death Cafes en 58 países de todo el mundo. En Nueva York se ha creado el Art of Dying Institute (Instituto del Arte de Morir) con el objetivo de fomentar un “despertar cultural en torno al tema de la muerte y nuestra mortalidad, cómo morimos y las consecuencias para la forma en que vivimos”. En enero de 2017 el MOMA dedicó su 19º salón a abordar el tema de la muerte en la modernidad. En 2019 en Barcelona la Sala Beckett le dedicó todo un ciclo temático “Memento mori. Recordem-nos de morir”. Incluso hay una aplicación, Wecroak, que cinco veces al día envía citas en torno a la muerte para generar conciencia. 

Aunque sin duda todas estas iniciativas están ayudando a normalizar la muerte y derrocar los tabúes que nos impiden hablar de ella, no podemos olvidar que el objetivo de la máquina capitalista es convertirnos en consumidores, y que los discursos críticos pierden su potencia cuando son reciclados en mercancía. ¿Cómo restablecemos nuestra relación con la muerte como un acto de resistencia para reclamar nuestros cuerpos y nuestras vidas? 

El movimiento Death Positive iniciado en EEUU y liderado por mujeres, considera la reivindicación de la muerte positiva como un terreno potencial para desmantelar las raíces de la desigualdad, el racismo y la marginación social. Este movimiento defiende que hasta no hace mucho tiempo la muerte, el cuidado de los cadáveres y el luto se consideraban en gran medida como un trabajo femenino, que tenía lugar dentro del hogar. Sin embargo, cuando la muerte y el morir se convirtieron en industrias rentables (las industrias médica y funeraria), y consideradas algo que sólo podían hacer los hombres educados y privilegiados, marginaron a las mujeres, separándolas de los papeles que habían desempeñado anteriormente durante siglos, y las empujaron al papel de consumidoras. 

Nuestras interacciones con la muerte y la relación con nuestros muertos, reflejan la disfuncionalidad y desigualdades del sistema en que vivimos. Nuestros ancestros sabían lo importante que era cuidar la relación con la muerte, a nosotras nos toca volver a recordarlo. 

Me cuesta terminar este texto, siento que estoy dando vueltas alrededor de algo que no puedo alcanzar. Que doy palos de ciego y solo llego a tocar las aristas de ese centro brillante. Hay también una emoción entre el agradecimiento y la ternura, quiero sostener la mano de mi abuela, la de mi madre, la de mi padre. Algo que de algún modo no comprendo conecta el amor con la muerte y me hace sentir una inmensa paz. Algo más grande que tú y que yo. 


Este texto forma parte la línea de investigación de Clara Piazuelo en Morir Guay: voces y relatos para no tener miedo, proyecto becado por La Escocesa en 2020.

Bibliografía

Achile Mbembe. Necropolítica (2011) Ed Melusina

Clara Valverde. De la necropolítica neoliberal a la empatía radical (2015) Ed Icaria

Joan Didion. El año del pensamiento mágico (2005) ed Random House.

Fernando Gil Villa. La derrota social de la Muerte  (2011) Ed. Abada 
 

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