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28/09/2019

cuando el vino no deviene vinagre

< La segunda duna

cuando el vino no deviene vinagre, proyecto de Sonia G. Villar

En Septiembre fui a La segunda Duna en Olost a hacer una residencia de dos meses, donde provoqué una fermentación colectiva de vino de uva, ralenticé el ritmo hasta disolverme, me volví recolectora, comencé mis días caminando por el bosque, conecté con lo que no se ve y no tiene nombre, lo metí todo en botes de cristal y (me) transformé, decidí ser simbionte y porosa y que la poesía y la ciencia pueden ser la misma cosa.

Así que me quedé a vivir en el bosque, desde donde cuido y mantengo vivo el laboratorio rizoma de culturas vivas PUAj!

A veces hay prácticas que se convierten en rituales de bienvenida. Nos juntamos e imaginamos vino, aplastamos uvas con los pies, tobillos tatuados a mano…Chof, chof, chof. Cubrimos el jugo con un trapo limpio y poroso, membrana que le permitió durante una semana conectar con el entorno, dejando formar parte del ritual a las levaduras silvestres, y metabolizar los azúcares de las uvas, tal como fermentan los frutos caídos.

Al remover con fuerza y oxigenar cada día, empieza a bullir, a respirar, salpica ¡glu, glu, glu!

Después del filtrado, un olor acético confirmó el miedo y creímos que había devenido vinagre, lo pasamos a botellas y con algo de tristeza empecé a buscar recetas y maneras de utilizarlo.

Una noche en La segunda Duna, no quedaba vino y Clara decidió probar el líquido rosado de las botellas,¡Glup!…no sabía a vinagre, sabía a alcohol, se había transformado en un vino natural con un sabor peculiar, distinto a todo lo que antes habían probado. Una pócima de aromas naturales y culturales que aunque la mente lo intente, no sabe descifrar, y que necesitan cuidado, tiempo, espacio y confianza para recorrer su tránsito.

Nos bebimos y compartimos los 8 litros, brindamos e invocamos a lo que no se ve, dejamos al alcohol entrar y alterar nuestros sistemas para ser menos humanas. Seguimos siendo las mismas sentadas a la misma mesa de la cocina, pero experimentamos como el líquido nos fermenta a nosotras, a nuestros relatos, relaciones y afectos, permitiéndonos transcender a la experiencia cotidiana con algunos grados menos de rigidez.

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