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01/09/2019

Guadalupe Muro

< La segunda duna

Guadalupe Muro

Guada nació en Bariloche y es escritora. En 2007 publicó su primer poemario ¿Con quién dormías? y en 2014 publicó su primera novela Air Carnation. La novela tiene una banda sonora original compuesta por Julian Muro, Ana López y Guadu y se puede escuchar aquí. Cada semana escribe un texto en medium con crónicas, principalmente de viajes. Colecciona voces, historias y retratos de personas que va conociendo a lo largo del camino. A continuación puedes leer uno de los envíos que escribió durante su estancia en la Segunda Duna. Si quieres recibir una de sus cartas cada sábado, apúntate a su newsletter 🙂

“Que pobreza tan extrema, en efecto, cuando un hombre está tan desnutrido y cansado que no se agacha a recoger un centavo. Pero si cultivas una pobreza y una sencillez saludables y el hecho de encontrar un centavo te cambia literalmente el día, en ese caso, como el mundo está sembrado de centavos, con tu pobreza habrás comprado días irrepetibles. Es así de simple. Lo que ves es lo que obtienes.”
Annie Dillard, Una temporada en Tinker Creek (1974)
 
Queridas personas que leen,
Me gusta el Adolfo porque escucha la radio. Sobre la nevera hay una casetera de coche y las mañanas que se queda a trabajar en casa, nos sentamos cada uno con su ordenador en la mesa de la cocina a trabajar y escuchamos la radio. Programas de música y poesía que a mi me suenan todos a una broma de Les Luthiers y al mismo tiempo me recuerdan a los mediodías en los que volvía de la escuela y al llegar a casa encontraba a mi padre en su estudio trabajando y escuchando en La Metro el programa El Parquímetro de Fernando Peña. Me gusta Adolfo porque tiene la misma debilidad por las patatas fritas que yo y porque siempre está arreglando algo. Tiene un cuarto lleno de herramientas y por todas partes hay partes de cosas que se pueden usar para hacer algo. Ayer, por la mañana, hemos bajado en la 4×4 al río a poner la bomba de agua. El río es todavía un arroyo con agua estancada y barro, pero algo de agua ha subido. Nos han acompañado Luthor, corriendo por delante del coche, y Quora, por detrás, como si el Jeep fuera una oveja metálica gigante que necesita ser arriada. Adolfo, los perros y yo no fuimos y volvimos, hemos ido y hemos regresado.

En las últimas semanas, desde que él ha vuelto a la casa y Sonia se ha mudado a la caravana en la parte baja del terreno, he escuchado como la heladera se transformaba en una nevera, el auto en un coche, las papas en patatas. He dejado de juntar cosas, ahora las cojo. Por ejemplo ayer por la tarde, hemos ido los tres a recoger escaramujos de rosa mosqueta para hacer aceite. Encontramos muy pocos, bastante flacuchos. Después hemos visitado al vecino. Lo encontramos durmiendo la siesta y le ha contado al Adolfo que le han robado las plantas de marihuana por segundo año consecutivo, unas plantas magníficas, algunas de tres metros de altura. Es común en la zona que en esta época del año suceda esto: hay gente que recorre las masías robandose las plantas de marihuana. Por cada planta que se llevan dejan una ramita sobre la tierra vaciada. Una especie de código de honor. El robo perfecto, indenunciable.

Antes de irnos, desde la loma divisé, a una distancia de unos dos kilómetros, una especie de fábrica rodeada de árboles, luego me explicaron que allí “procesan” a los cerdos. Es ese ruido como de gente gritando que escuchamos cuando cambia el viento.

Hace unos días manejamos unos 20 kilómetros hasta una fuente para cargar agua en bidones para cocinar. A medio camino el olor a purín nos obligó a cubrirnos la nariz con nuestras camisetas, íbamos al borde de descomponernos como si llevaramos la caja de piedritas meadas por el gato pegada al rostro. Es el olor penetrante que inunda el valle cuando baja la presión del aire. Le llaman purín, el desecho de la industria de los cerdos, y lo utilizan para fertilizar los campos.

Esta semana hemos hecho aceite de romero con un alambique de cobre. También hicimos falafel casero. Anteanoche después de cenar proyectamos sobre la pared del living la película La isla de los perros de Wes Anderson. El olor intenso a perro tibio y cansado de Quora y Luthor durmiendo a nuestro lado hacía de la proyección una experiencia expandida.

Me gusta Sonia porque se pasa los días haciendo todo tipo de experimentos y preguntas. Me gusta porque hace cosas sin permiso. Pisar uvas en un balde, dejarlas afuera por la noche para que cojan las levaduras silvestres que hay en el aire. Colarlas, embotellarlas, esperar a que se hagan vino. Juntar ramitas y ponerlas en remojo esperando que echen raíces. Poner pepinos en agua de mar con bayas de enebro. Me gusta Sonia porque todas las tardes duerme la siesta en la hamaca envuelta en una mantita de colores tejida a crochet.

Me gusta cuando nos visitan Clara y Xabi. Me gusta Clara porque usa un sombrero de paja al que le ha añadido una pluma de “jefa” y camina por el sendero con los brazos recogidos por detrás de la espalda como una vieja baqueana. Me gusta Clara porque está aprendiendo a hablar con los caballos y ha escrito una novela preciosa que sólo hemos leído sus amigas. Clara dice que en lugar de “los niños” yo digo “los ninios” y a ella le gusta, y a mí me gusta que le guste que yo diga ninios. Me gusta Xabi porque cuenta chistes malos y le gusta recoger setas por el monte y luego compararlas con las fotos en un libro para saber si son comestibles. Me gusta Xabi porque interrumpe todas las conversaciones con frases como “se llaman Phallus Impudicus”, y todas nos reímos creyendo que es un chiste pero es verdad “y no es venenoso”.

Hoy hemos dado una caminata por el río y Sonia y yo nos hemos untado la cara con fango del cauce. Una arcilla marrón, fresca y suave que nos ha dejado la piel tersa. También hemos recogido cola de caballo y llantén.

Hace unos días caminando con Luthor y Quora por el camino de arriba, lo que yo llamo “el paseo Wallander” en honor al detective de las novelas de Henning Mankell — porque es el escenario perfecto, verde, pastoral, europeo; y dos perros y una escritora extranjera los protagonistas adecuados para encontrar un cadáver. Que no entiendo cómo no lo hemos encontrado todavía. Se escuchaban los cencerros de la vacas caminando por la ladera del monte en paralelo a nosotros. Al girar una curva entre los campos arados y recién sembrados, de entre los matorrales las vimos ir llegando de a una hasta ocupar toda la pampita, a vuelo de pájaro conté 31 vacas y me sentí la más matrera, me desvié del camino por entre los espinos para verlas de cerca y una vez que me detuve Luthor se sentó justo por delante mío, me miró y luego fijó la mirada en ellas, como diciéndome “tú tranquila que yo aquí ya lo tengo todo controlao” y yo me reí y le dije “¡tranquilo Luthor que solo las estamos observando, no hace falta que las vigiles, que ya suficiente tienen las pobrecitas! ¡Con ese ruido se deben estar volviendo locas!” y me quedé un rato largo escuchando el bleru-bleru de los cencerros como si fuera el sonido de una especie de espuma hecha de burbujas de metal emergiendo a la superficie y chocándose entre sí.

Me gusta estar aquí porque todos los días tenemos grandes planes: hacer un fuego para asar berenjenas por la noche, coger endrinas para hacer pacharán, transplantar orquídeas, juntar piñas, buscar en internet cómo hacer ginebra. Me gusta estar aquí porque todas hacemos pis y no tiramos la cadena para ahorrar agua y a ninguna le da asco.

Ayer, durante el paseo, de pronto me encontré mirando el bosque, un pequeño claro con algunas ramas apiladas y pensando “aquí se podrían hacer casitas”. He vuelto a mirar el bosque con los ojos de una niña. He vuelto a leer. Sin más. Encuentro un libro en la casa, lo abro, me siento en la hamaca y lo leo. Me gusta vivir con Adolfo y Sonia, es como tener 11 años otra vez. Pero mucho mejor. Anoche Clara trajo vino y queso casero y hoy hemos amanecido todas con el morro violeta como de mora madura. He vuelto a escribir como escribía a los 11 años, imitando alguna traducción mala de Alfaguara.

Gracias por leer, por estar ahí, el Tao dice: Vuelve al principio, sé un ninio otra vez.

¡Allí nos vemos queridas!

Guadalupe
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